'Nacer, morir, renacer y progresar sin cesar, tal es la Ley'. Allan Kadec

ORGULLO Y CREDULIDAD de Amalia Domingo Soler



Entre los muchos enemigos que se crea el hombre, el orgullo y la credulidad son dos grandes barreras que interpone entre él y el progreso, siendo muy perjudicial en el Espiritismo la buena fe de los espiritistas crédulos que consideran a los espíritus como dioses invisibles a los cuales consultan en todos los apuros de su vida, y les piden su parecer para lo más trivial sin atreverse a dar un paso, sin consultarles antes. 

Entre el uso y el abuso, hay un mundo de por medio. Estamos muy conformes con que se desarrollen las mediumnidades y nos relacionemos con los espíritus, porque es muy necesario la comunicación ultra-terrena; pero de esto a dejarnos guiar ciegamente por lo que nos dicen los invisibles, hay una notabilísima diferencia. 

En el Espiritismo como en todas las creencias, hay su parte ridícula, siendo el orgullo y la credulidad los que se encargan de ridiculizar lo más grande, lo más sublime, lo más portentoso, la comunicación de los espíritus. 

Por un misterio incomprensible para nosotros, una gran parte de los espiritistas antes de ser aprendices se declaran maestros, se proclaman independientes y se nombran directores de los grupos espíritas, y con la mejor buena fe evocan a los espíritus entregándose en cuerpo y alma a la voluntad de los invisibles, lo que da lugar a esas terribles obsesiones que son la desgracia de muchas familias. 

Como útil ejemplo vamos a contar lo que está pasando en un pueblo cuyo nombre omitimos. 

Unos cuantos hombres de buena voluntad formaron un centro espiritista, donde se estudiaban las obras de Kardec con bastante buen sentido. Como en todas las reuniones hay hombres orgullosos, pronto en dicha sociedad se formó un grupo de disidentes que alucinados formaron reunión aparte para preguntar a su antojo a los espíritus y perder el tiempo en frivolidades. 

Muchos ignorantes creen que el Espiritismo ha venido para darnos el maná o cosa parecida, que no tenemos que ocuparnos en pensar, sino en seguir buenamente lo que nos digan los espíritus, y así lo creyeron sin duda los espiritistas que formaron grupo aparte en el pueblo en cuestión, porque sin tomarse la molestia de ver si el sitio que les designaban era a propósito, dijeron a los espíritus que querían plantar un huerto, y que les indicaran donde habían de dirigirse para encontrar agua abundante que fertilizara sus sembrados, y los espíritus les dijeron que en un lugar cuyo suelo estaba formado por duras rocas, comenzaran a trabajar con todos los útiles necesarios y sus correspondientes barrenos, y pronto verían coronados sus esfuerzos y sus trabajos por un éxito feliz, porque al abrir el pozo el agua subiría a flor de tierra y la felicidad sería completa, que al mismo tiempo, de un olivar cercano arrancasen todos los olivos, que lo araran y lo prepararan y sembraran las semillas que pronto serían fertilizadas por el agua que entre las rocas brotaría prodigiosamente; y aquellos infelices alucinados, sin consultar con ninguna persona entendida, comenzaron a trabajar sin descanso, dejando de acudir a ganar su jornal, dedicando todos los instantes de su vida al ímprobo trabajo aconsejado por los espíritus. 

Los demás habitantes del pueblo, algunos de ellos muy conocedores del terreno, al verlos trabajar en un sitio donde no hay ninguna probabilidad de encontrar agua, se ríen de sus locas ilusiones, y lo que es peor aún, se mofan con razón del Espiritismo y dicen que los espiritistas son unos locos pacíficos. ¿Y quién tiene la culpa de estos contratiempos? El orgullo y la credulidad; habiendo un verdadero contrasentido con estos obsesados: son orgullosos por no reconocer la autoridad de algunos hombres más entendidos y más prácticos; y son crédulos hasta el extremo de dejarse engañar por los espíritus; no quieren ser dominados por la razón, y se convierten en siervos de la ignorancia abdicando de los legítimos derechos que tiene el hombre para pensar por sí mismo y ver el pro y la contra de todos sus proyectos. 

Somos entusiastas del Espiritismo, necesitamos la comunicación de los buenos espíritus como las flores necesitan el rocío de la noche y los rayos del Sol de la mañana para poder vivir. 
Sí; necesitamos oír la voz de los invisibles como necesita el enfermo la salud. 
Como el prisionero, la libertad. 
Como el desesperado, la esperanza. 
Como el sediento, el agua del puro manantial. 
Como el hambriento, el pan de la hospitalidad. 
Como el ciego, la luz. Como el mudo, la palabra. 

No podemos comprender la vida sin la certidumbre de un más allá; pero a pesar de sernos poco menos que indispensable la comunicación de los espíritus, renunciaríamos a ella en absoluto si comprendiéramos que habíamos de ser un día juguete de los invisibles, si viéramos que perdíamos por una parte el respeto y la consideración a ciertos seres superiores a nosotros en conocimientos, en  moralidad o en iniciativa, y por otro lado nos sometíamos a los caprichos y a las exigencias de los seres de ultra-tumba que halagando nuestra vanidad nos dijeran: ¡Tú eres grande! ¡Tú posees la verdad! Esto y la dominación clerical es una misma cosa, con la sola diferencia que unos están en el escenario del mundo y otros tras el telón de la muerte. 

Nosotros quisiéramos que hombres entendidos escribieran largamente sobre este importantísimo asunto. No somos amigos de jefaturas ni de pontificados, pero es preciso conocer que para dirigir un centro, y aunque sea un grupo espiritista; se necesita tener algunos conocimientos especiales, estar dotado de una gran doble vista, de una clara intuición para conocer las intenciones de los de allá y de los de acá. 

Hemos conocido a muchos espiritistas, algunos de ellos muy recomendables por su talento natural, por sus buenas costumbres, y sin embargo, puesto al frente de un centro se han dejado dominar por el orgullo, y luego han sido derrotados por su credulidad. 

Hay presidentes de sociedades espíritas, que creen lo que creían los grandes sacerdotes, creen que con ser ellos sabios ya es suficiente, y desdeñando a los ignorantes se encierran en su gabinete y se entregan a sus estudios favoritos; mientras los espiritistas confiados a su cuidado viéndose todos en el local destinado a las sesiones, hacen lo mismo que los niños en ausencia del maestro, juegan con las comunicaciones de los espíritus, hacen mil preguntas ridículas, nunca falta un chiquillo más creído que juega a ser el presidente, y jugando, jugando, se aficiona y toma su papel por lo serio, y el presidente efectivo se alegra de tener quien le reemplace, porque así se evita tratar con gente que no le entiende, y el orgullo de los unos, y la credulidad de los otros, da lugar a muchos y deplorables desaciertos, y creemos que los asuntos del Espiritismo no deben dejarse así: bastante son los que se separan de la buena senda por su orgullo primero y su credulidad después; y los presidentes de los centros debían hacer cuanto esté de su parte por armonizar todas las voluntades, por echar la semilla de la fraternidad. 

Que la empresa es ardua ya lo sabemos; que los resultados la mayoría de las veces son negativos, quién lo duda; pero no se debe trabajar por la seguridad del éxito inmediato, se debe trabajar porque el hombre no viene a la Tierra para comer y dormir, viene para progresar, y en la vida rutinaria no hay progreso ninguno ni tampoco en el egoísmo del sabio. 

El que acapara sabiduría y se desdeña de enseñar a los pequeñitos, o se cansa pronto de su indocilidad, se parece a un árbol que toda su savia la emplea en follaje y no da fruto: del mismo modo el hombre cuando no vulgariza sus conocimientos nada deja tras de sí y todo nuestro afán debe ser el difundir la luz cada cual según el entendimiento que posea. 

La ignorancia es la base de todos los desaciertos, ella forma los cimientos del orgullo desmedido y de excesiva credulidad; mientras más instruido es el hombre mejor sabe apreciar el mérito de los demás; nadie es más modesto y más humilde que el verdadero sabio, ese reconoce lo que vale cada uno, y admira el talento y la virtud en sus múltiples manifestaciones. 

Para todas las empresas de la vida hace falta la instrucción, pero para el estudio del Espiritismo es verdaderamente indispensable. Mientras más instruido es el hombre, es más tolerante, más condescendiente, más amigo de la unión; y aunque nunca la humanidad terrena podrá vivir muy unida, dadas sus condiciones anárquicas, porque cada espíritu se cree que él solo posee la verdad, pero a fuerza de trabajo podrá conseguirse una notable modificación, y esta es la tarea del Espiritismo: modificar, armonizar, fraternizar, y dadas las condiciones actuales de la mayoría de los centros espíritas, su resultado hasta ahora es poco menos que nulo; los sabios enorgullecidos con su ciencia, y los ignorantes creyéndose bastante entendidos para no necesitar ninguna tutela, y luego se entregan en poder de los espíritus ligeros que se divierten con ellos como los chicuelos con las peonzas. 

Tal vez dirán que somos impacientes, que toda idea tiene su periodo de incubación, que hay que darle tiempo al tiempo, ya que vendrán espíritus más inteligentes, más adelantados que harán un trabajo más productivo que el nuestro. Todas esas reflexiones son muy acertadas, pero si nos cruzáramos de brazos esperando tiempos mejores, estos nunca vendrían, porque las épocas de progreso no vienen por que sí, son la cosecha que se recoge de los trabajos perseverantes de multitud de espíritus que han ido preparando la Tierra; en todo lo vemos, los grandes inventores, los que se llevan la gloria de tal o cual descubrimiento en el transcurso de los siglos se llega a saber que no fueron ellos los primeros que difundieron la luz, sino que otros hombres más humildes ensayaron sus mismos procedimientos, que no tuvieron resultado porque la ignorancia que reinaba entonces no lo permitió, pero que ellos cumplieron como buenos, llevando un granito de arena para levantar la fábrica grandiosa de la civilización universal; así es que en el Espiritismo no nos debemos cruzar de brazos ante el orgullo de los unos, y la credulidad de los otros diciendo: esto pasará; y ya vendrán tiempos mejores. –Vendrán, sí; pero será trabajando todos a una, si no saneamos un poco este pantano, no podrán encarnarse en la Tierra ciertos espíritus y llevar nuestra mísera vida. 



Pongamos un ejemplo muy sencillo: los que vivimos en una casa limpia y ventilada, cuando vamos a una casucha miserable donde es todo sucio y repugnante, ¿Podemos permanecer mucho tiempo en aquel lugar nauseabundo? ¡No! Nos asfixiamos, y tenemos precisión de salir de aquella casa para respirar mejor. 

Pues de igual manera los espíritus de progreso, no pueden encarnarse en este planeta mientras dominen en absoluto las sombras, a no ser los redentores que en el cumplimiento de su gran misión purifican la atmósfera que les rodea con el perfume de sus virtudes. Si queremos la luz es necesario que trabajemos para disipar las tinieblas. 

El Espiritismo es la escuela filosófica más adelantada de nuestros días, y merece que aunemos nuestros esfuerzos para separar la cizaña del trigo. Las comunicaciones de los espíritus son la vida, pero mal comprendidas son la muerte; son la luz de la eternidad y las sombras del caos, son el consuelo y la esperanza, y a veces la desesperación y la locura. Hemos visto y vemos continuamente grandes errores cometidos a la sombra del Espiritismo, y no queremos que suceda lo que ha sucedido con el cristianismo: queremos que se estudie, que se trabaje, que se difunda la luz, que se regenere la sociedad; queremos preparar la Tierra para que vengan espíritus superiores y conviertan esta penitenciaría en un lugar de progreso. 

No son los grandes hombres los que hacen los trabajos preliminares, son los pequeños los que quitan las piedras del camino. Trabajemos en bien de la humanidad, sin que nos envanezcan el necio orgullo, ni nos ciegue la excesiva credulidad. 

Fuente: LA LUZ QUE NOS GUÍA. Amalia Domingo Soler. Cap. 1. Orgullo y Credulidad

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