‘El crepúsculo
descendía en un deslumbramiento de oro y brisas cariñosas. A lo largo de toda
la vertiente, se comprimía la inmensa turba. Muchas centenas de criaturas allí
se aglomeraban, para poder escuchar la palabra del Señor, dentro del paisaje
que se adornaba de los singulares brillos de todo el horizonte pincelado de
luz. Eran ancianos temblorosos, labradores simples y generosos, mujeres del
pueblo junto a sus pequeños. Entre los más fuertes y sanos, se observaban
ciegos y niños enfermos, hombres andrajosos, exhibiendo seres vermiformes que
les corroían las manos y los pies. Todos se apretaban sofocados. Ante sus
felices miradas, la figura del Maestro surgió en la cima decorada de verdor,
por donde pasaban blandamente los vientos amigos de la tarde.
Dejando notar que se
dirigía a los vencidos y sufridores del mundo entero y como que esclareciendo
al espíritu de Levi, que representaba la aristocracia intelectual entre sus
discípulos, en su calidad de cobrador de los tributos populares, Jesús, por
primera vez, pregonó las bienaventuranzas celestiales. Su voz caía como bálsamo
eterno, sobre los corazones desdichados.
¡Bienaventurados los
pobres y los afligidos!...
¡Bienaventurados los
sedientos de justicia y misericordia!...
¡Bienaventurados los
pacíficos y los simples de corazón!...
Por mucho tiempo habló
del Reino de Dios, donde el amor edificaría maravillas perennes y sublimes. Sus
promesas parecían dirigidas al inconmensurable futuro humano.
De lo alto del monte,
soplaba una leve brisa, en deliciosas olas de perfume. El viento de Galilea se
había impregnado de la virtud poderosa e indestructible de aquellas palabras y,
obedeciendo a una determinación superior, se iban a extender entre todos los
afligidos de la Tierra.
Cuando Jesús terminó su
alocución, algunas estrellas ya brillaban en el firmamento, como radiantes
bendiciones divinas. Muchas madres sufridoras y oprimidas, con suave fulgor en
los ojos, le traían los niños para que él los bendijera. Ancianos de frentes
nevadas por los inviernos de la vida le besaban las manos. Ciegos y leprosos lo
rodeaban con los semblantes sonrientes y decían: — ¡Bendito sea el hijo de
Dios! Jesús los acogía satisfecho, enviando a todos la sonrisa de su afecto.’
Cap. 11. La buena
nueva. Humberto de Campos. Chico Xavier
¿Pero
quiénes son ellos? ¿Qué entendemos por pobres en espíritu?
Son los
ricos de cosas espirituales, independientemente de su posición social.
Son los
humildes. Aquellos que saben reconocer su pequeñez delante de la grandeza de
Dios. Aquellos que son gratos con lo poco que tengan y saben florecer dónde han
sido plantados para la exhortación del Señor.
De este modo
Jesús afirma que el reino de los cielos es de aquellos que han conquistado un
corazón simples y pone la humildad cómo una virtud que nos acerca a Dios.
Si la
humildad es la primera de las virtudes a ser conquistada, ¿Cuál será el vicio
que ella combate?
El orgullo.
El orgullo se preocupa con quien tiene la razón y la humildad se preocupa con
cual es la razón.
Según el capítulo 10 del Evangelio Según el Espiritismo, el orgullo es el
padre de muchos vicios y también la negación de muchas virtudes, encontrándose
como impulsor de casi todas las acciones humanas.
Estudiar el
orgullo nos puede auxiliar en las conquistas interiores. Ya decía el sabio que
debemos conocernos a nosotros mismos pero es justamente el orgullo el que nos
incapacita de ver nuestras propias imperfecciones. En el Libro de los médiums
encontramos que un Espíritu Familiar afirmó que
‘solamente el orgullo puede
impedir que nos veamos cómo realmente somos. Pero que si nosotros mismos no lo
vemos, otros verán por nosotros’.
Según Allan
Kardec en Obras Póstumas, el orgullo es un subproducto del instinto de
conservación, un principio natural en todos los espíritus que han sido creados
simples e ignorantes y que nos ‘asemeja’ a los animales. Pero su exceso es lo
que lleva a formar el orgullo que se enraíza en cada uno de nosotros a lo largo
de los milenios y nuestras varias existencias.
Y en el Ítem
228 del capítulo 20 del Libro de los Médiums encontramos que ‘Todas las imperfecciones morales son puertas abiertas que dan
acceso a los Espíritus malos. No obstante, la que ellos explotan con mayor
habilidad es el orgullo, porque es la que el hombre menos se confiesa a sí
mismo. El orgullo ha perdido a muchos médiums dotados de las más bellas
facultades…’
Siempre
hemos dicho que el orgullo se enmascara de diversas maneras, y conocerlas nos
ayuda a superarlo. En el libro Merezca ser Feliz, superando las ilusiones del
orgullo, por el espíritu de Ernance Dufaux, ella nos pone algunos ejemplos de
sus formas de presentarse y cómo combatirlas:
'Melindre es el orgullo en el
resentimiento. Cultivemos el coraje de ser criticados.
Pretensión es el orgullo en las
aspiraciones. Aprendamos a contentar con la alegría de trabajar sin
expectativas personales.
Presunción es el orgullo en el saber.
Tomemos por divisa que toda opinión debe ser escuchada con el deseo de
aprender.
Preconcepto es el orgullo en las
concepciones. Habituemos a mantener análisis imparciales y flexibles.
Indiferencia es el orgullo en la
sensibilidad. Adoptemos la aceptación y el respeto en todas las ocasiones de
éxito e fracaso ajeno.
Desprecio es el orgullo en el
entendimiento. Acostumbrémonos a pensar
que para Dios todo tiene valor, aunque por el momento no lo comprendamos.
Personalismo es el orgullo centrado
en el yo. Eduquemos la abnegación en las actitudes.
Vanidad es el orgullo del que se
imagina ser. Procuremos conocernos a nosotros mismos y tener coraje de aceptarnos tales como lo somos, dando lo
mejor que podamos en la mejoría personal.
Envidia es el orgullo ante las
vitorias ajenas. Admitamos que tenemos este sentimiento y enfrentémonos a él
con dignidad y humildad.
La falsa modestia es el orgullo de la
‘humildad artificial’. Esforcémonos por la simplicidad que viene del alma sin
querer impresionar.
La prepotencia es el orgullo del
poder. Aprendamos el poder interior conozco mismos transformando la prepotencia
en autoridad.
Disimulación es el orgullo en las
apariencias. Esforcémonos por ser quienes somos, sin recelos, amándonos como
somos.
Conquistar la humildad es un proyecto
a largo plazo, apto para todos aquellos valientes que estén dispuestos a verse
como verdaderamente lo son.'
Saulo de
Tarso es un buen ejemplo. En su conversión en el camino de Damasco, cerró los
ojos físicos por tres días para abrir los ojos espirituales. Fue curado por
aquél a quien iba persiguiendo. Se retira al desierto por tres años siendo
acogido amorosamente por personas que él en su ignorancia había perseguido,
venciendo el orgullo y conquistando la humildad.
Jesús es el
mayor ejemplo. Predicaba, enseñaba y vivía.
‘Acuérdate de que los Buenos
Espíritus no asisten sino a quienes sirven a Dios con humildad y desinterés, y
en cambio repudian a cualquiera que busque en la senda del Cielo un escalón
para las cosas de la Tierra. Aquéllos se apartan del orgulloso y del ambicioso.
Orgullo y ambición constituirán siempre una barrera entre el hombre y Dios. Son
un velo arrojado sobre las celestes claridades, y Dios no puede valerse del
ciego para hacer comprender la luz’.
(PROLEGÓMENOS del Libro de los Espíritus).
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